Descartes y Pascal, títeres de cachiporra, por J.C.Deus

El Teatro Español presenta El encuentro de Descartes con Pascal Joven, una obra de Jean-Claude Brisville que tras el éxito hace unos años de La Cena, repite formato y pretensiones filosóficas e históricas con peor resultado. Josep-Maria Flotats ofrece una versión envarada y maniquea de la obra, y una interpretación del filósofo René Descartes no por exageradamente afrancesada menos superficial y decepcionante. Sienta frente a él a un Blaise Pascal fanático y ridículo para mayor gloria de su propio personaje, paternalista hasta la irritación, modelo de corrección política, de burgués tragaldabas, cuya moderación acomodaticia es el modelo de nuestros días. El bueno y el malo, así, sin matices. Es probable que la adaptación haya exagerado los defectos de un texto que pretende plasmar en una conversación personajes mucho más complejos.

Ante este dúo distorsionado, el público naturalmente tiene que elegir la opción buena, empujado por esas risitas sin sentido que nunca faltan en nuestros teatros. Todos los tics anticatólicos y antirreligiosos actuarán con meticulosa insistencia para coronar a la vecedora trucada de la contienda que no puede ser otra que la razón frente a la fe. No hay juego limpio en el cuadrilátero, el resultado está amañado desde el comienzo. Lo que podía haber sido un interesante duelo dialéctico, muta en pantomima. Y como además de los diálogos, sólo hay una vela y cuatro muebles en el escenario, el resultado es simplemente pobretón, decepcionante.

Al parecer, resulta que sólo una vez se encontraron Descartes y Pascal, los dos filósofos más importantes de su siglo. El encuentro tuvo lugar el 24 de septiembre de 1647, en el convento parisino de los Mínimos, y su entrevista duró varias horas. Ninguno de los dos escribió sobre lo que hablaron, y esto es precisamente lo que animó al dramaturgo Jean-Claude Brisville a imaginar el encuentro de dos experiencias vitales y de dos pensamiento filosóficos. Descartes, con 51 años, había aceptado la oferta de mecenazgo que la reina Cristina de Suecia le había ofrecido y se preparaba para realizar el que sería el último viaje de una ajetreada vida; Pascal era un joven de 24 años que, a esa temprana edad, ya estaba considerado como un genio por varios inventos científicos que había ideado, entre ellos una máquina aritmética antecedente de los ordenadores actuales; estaba inmerso en una profunda crisis existencial que –con la fe del converso- se preocupaba más de reformar a los demás que de reformarse. Descartes miraba, desde la altura de su edad, -y con cierto distanciamiento- los temas que afectaban al ser humano. La admiración que ambos sentían el uno por el otro no ocultaba su radical oposición de ideas y de formas de vivir.

Brisville nos presenta un Descartes compendio de la sabiduría humanista, un racionalista vividor, uno que se lo ha sabido montar bien e imparte doctrina desde lo alto de su atalaya. Pascal será lo contrario, una caricatura fanática de la búsqueda del creyente, un amargado, un perdedor. Este Descartes y este Pascal no los reconoce ni la madre que los parió. Demasiado esquematismo, no puede funcionar. Se parece a la novela histórica, que ni es novela ni es historia. Resulta obsceno apoderarse de figurtas universales para convertirlos en clichés. Y luego espectadores se van a casa tan congtentos, creyendo que saben más de ese Descartes y de ese Pascal de pacotilla.

Los que crean que la razón derrotó para siempre al corazón, y que es más humano lo lúdico que lo trascendente, están condenados para siempre a vivir a medias. Quienes todavía ignoran que la razón ha producido tantos monstruos y dolores como la sinrazón, son afortunados en su ignorancia. La gente está tan contenta descubriendo que tiene ideas en su cabeza; no se da cuenta que son reflejos de reflejos de reflejos inducidos. En fin, la obra no plantea nada medianamente profundo.

Flotats nos presenta la pieza como ese enfrentamiento de dos personalidades y de dos vidas fascinantes que, por distintos motivos, siguen perteneciendo a nuestro tiempo: Descartes -el impulsor de la razón como norma de vida- no es el intelectual seco pintado por la tradición, sino un delicado pensador. Pascal, en cambio, se mortifica, se atormenta para alcanzar lo absoluto, un misticismo religioso que le impide participar de la vida.

Cuando se produce ese encuentro de las dos mayores figuras del pensamiento del siglo XVII, Descartes ya ha escrito su obra maestra, El discurso del método, texto revolucionario en la filosofía occidental que unía moral y lógica; ahora tiene en gestación en su mente el Tratado de las pasiones del alma, concluido en 1649, pocos meses antes de su muerte, en el que une moral y psicología. Con su forma de pensar elimina del panorama filosófico el escolasticismo eclesiástico que había regido la vida de la Edad Media, todas aquellas montañas de palabras y más palabras que oscurecían y confundían la posibilidad de pensar libremente.

Pascal, en cambio, ya está quemándose en la llama que le llevará a publicar sin nombre de autor las Cartas Provinciales, cartas de denuncia contra las complejidades de la teología y contra la conducta «amable y acomodaticia» de quienes, jugando con el laxismo, se adentraban y ocupaban los centros del poder terrenal; el rigor de su pensamiento -lleno de ironía y humor- hará decir a Voltaire que la sal de estas cartas «supera la de las mejores comedias de Molière». Ya entonces escribía en trocitos de papel la que sería su obra maestra: Pensamientos. El paso que Pascal daba con ellos era tan radical, aunque en otro plano, como el que había dado Descartes; el pensamiento pascaliano, nada ortodoxo, es actual en el siglo XX y en el XXI por su impulso, por su fogosidad que salva al hombre del abismo que Pascal tanto temía; y porque, en su búsqueda de la verdad, deja a un lado las razones del intelecto que buscaba Descartes para celebrar las «razones del corazón»; y esas razones del corazón solo le permiten alcanzar una verdad: el enigma que es cada ser humano, cada persona.

En el escenario vemos a dos marionetas, una atizando con la estaca de su gracia amena, y la otra lloriqueando de tanto palo. Por desgracia, ya no somos unos niños. Ya hemos dicho que no nos gusta Flotats de abuelete cebolleta entonando el castellano como si fuera francés. Y Triola se nota que sufre sobremanera con un personaje que nadie parece entender. Pero la obra ha tenido las precisas buenas críticas como para ser un éxito asegurado.

EL ENCUENTRO DE DESCARTES CON PASCAL JOVEN
De Jean-Claude Brisville
TEATRO ESPAÑOL
SALA PRINCIPAL
Del 22 de enero al 22 de febrero de 2009
De martes a sábado, 20 h.
Domingos, 18 horas
Precio: de 4 a 22 euros
Martes y miércoles 25% decuento

Versión y dirección: Josep-Maria Flotats

EQUIPO ARTÍSTICO Y TÉCNICO
Descartes Josep-Maria Flotats
Pascal Albert Triola
Traducción Mauro Armiño
Espacio escénico
y figurines Josep-Maria Flotats

Duración aproximada del espectáculo 1 hora 10 min.

ENCUENTRO CON EL PÚBLICO
Josep-Maria Flotats, Albert Triola, Mauro Armiño (traductor de la obra, escritor, periodista y crítico teatral); Carlos Thiebaut Luis-André (Catedrático de Filosofía de la Universidad Carlos III).
Teatro Español, viernes 13 de febrero, 21.30 h.
Entrada libre, hasta completar aforo.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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