La eterna taberna y las grúas en el horizonte, por J.C.Deus

‘La taberna fantástica’, de Alfonso Sastre, debería considerarse en nuestra modesta opinión entre lo más destacado del teatro español de todos los tiempos. Conecta con La Celestina, es un Lazarillo contemporáneo, y se enmarca en el tremendismo feroz que caracteriza nuestra visión del mundo, ese crudo realismo que deja en juegos de niños a Beckett e Ionesco. Esta taberna tiene mucho de eterno reflejo de la idiosincrasia ibérica, además de por su contenido por el hecho de que fuera estrenada casi veinte años después de escrita y no haya vuelto a programarse hasta otros 25 años después.

Con un material así de bueno, el desafío es grande. Pero Gerardo Malla y su equipo han estado a la altura. Durante casi dos horas nos trasladaremos al puente de Las Ventas a finales de los años cincuenta. Lo que hoy es la M-30 era el Arroyo del Abroñigal, un enorme poblado de chabolas que subía por la ladera derecha según se bajaba al sur, lleno -pero no solo- de gitanos. Empezaba a trazarse la prolongación de la calle Alcalá, con el nuevo barrio de la Concepción y sus bloques de pisos a un lado, meca de las emergentes clases medias, y con el barrio de san Pascual al otro, un pueblo de aluvión, de casitas bajas, de emigración agraria, de obreros sin calificación. Los quincalleros vivían en una y otra zona, según sus posibles. Y subiendo por la carretera del Este hacia el gran cementerio, había muchas tabernas, entre ellas la del Gato Negro, donde un joven dramaturgo lleno de ideales redentores se documentó meses y meses para escribir finalmente esta obra.

Las personas sensibles vivirán la representación como una patada en el estómago, una obligación ineludible de recordar o conocer un mundo aparentemente desaparecido como por ensalmo, pero vivo y apenas remozado. El resto se sentirán algo incómodos, intentarán reir esta o aquella ocurrencia, pero al final saldrán de la sala sin pasar ese buen rato con el que confunden el acudir al teatro. Y es que La taberna fantástica vista como docudrama hiperrealista de un tiempo y un lugar, es dura de tragar. Pero vista como metáfora eterna de una cierta idiosincracia, es todavía peor. Aquí hay ciegos falsos y lazarillos, mendigos y taberneros, guardias hoscos y trabajadores alcoholizados; despojos, fracasos, ruinas humanas que sobrevivien malamente entre basureros y descampados. Un bar y unas grúas en el horizonte. Ni Sastre ni Malla probablemente eran conscientes de seleccionar la imagen más representativa de la más negra españa, la de ayer, la de hoy y quizás la de mañana.

Dice Malla que el estreno en 1985 tuvo no pocas trabas y zancadillas, por eso se muestra conmovido de que Gerardo Vera, director del Centro Dramático Nacional, ‘dándome todas las facilidades y creando un generoso
clima de ayuda y colaboración, me invite a poner de nuevo en pie un texto clave en la valoración del teatro español contemporáneo’. A partir de su estreno, el espectáculo, siempre acompañado por el éxito, estuvo de gira durante tres años.

Cuenta Malla que fue niño de Las Ventas del Espíritu Santo y que recibió gran parte de su primera educación sentimental en billares, cines y tascas fantásticas de la carretera de Aragón –hoy calle de Alcalá–, en las tabernillas de los alrededores del Mercado de Las Ventas, junto al Arroyo del Abroñigal y en los bailongos y garitos de la Carretera del Este, hoy llamada pomposamente Avenida de Daroca. El que esto escribe era de más arriba, de las pandillas del parque de Eva Perón, pero realizaba no pocas incursiones en aquel territorio peligroso, donde el cine San Remo, donde los combates de lucha libre de las noches de verano en la plaza de toros, donde los enormes montículos de los que saldría la M-30 por los que tirarse sobre cartones que volaban al precipicio. Luego llegarían los ‘siembras’ de propaganda subversiva por las calles sin asfaltar, los buzoneos de panfletos por Pueblo Nuevo, y los comandos que cortaban el tráfico en Alcalá y apedreaban la primera sucursal bancaria que quedara a mano. Eran ya los años setenta y todo iba a cambiar.

Escribía el autor en agosto de 1966: ‘Esta es la tercera de las que yo llamo mis «tragedias complejas». El año pasado escribí las otras dos: La sangre y la ceniza (MSV) y El banquete. Ninguna de ellas se ha representado en el momento en el que hago esta nota y este drama. Oficio de tinieblas que es un antecedente de esta inflexión en mi trabajo, tampoco se ha representado aún. Los invito a entrar en esta taberna poblada de fantasmas reales, a escuchar este lenguaje bronco, a presenciar este drama lúgubre. No es una mera ilustración del
parentesco estético entre el naturalismo y la «vanguardia». Tampoco es una pura muestra del lenguaje de las zahúrdas; aunque me parece conveniente escribirlo y no se suele hacer. Se trata de un momento más de mi solitaria exploración, a la busca de un nuevo drama: en este caso se trata de la incorporación al teatro de una experiencia inmediata, para lo que hay que torear el toro del naturalismo, cuyas cogidas son mortales: una faena difícil…’.

Alfonso Sastre, nacido en Madrid en 1926, es autor de una extensa obra literaria, mucha todavía sin estrenar. El año pasado vimos en Madrid su ‘¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, escrita en 1990, sobre las últimas horas de la vida de Edgar Allan Poe. En 1993 recibió el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Literatura Dramática. En el año 2000, escribió ‘Alfonso Sastre se suicida (Drama en un epílogo)’. Tampoco está estrenada. Su última o penúltima obra es ‘El extraño caso de los caballos blancos de Rosmersholm’, escrita en 2005‐2006. Fue un antifranquista de los de verdad, que prestó cobertura a la oposición violenta, que abjuró de la transición a la democracia y de Madrid, se trasladó al País Vasco y allí se mantiene empecinadamente simpatizando con los que simpatizan con el hacha y la serpiente. Mal asunto que no viene al caso al juzgar esta obra.

Sastre es ya octogenario. Nos preguntamos si se habrá acordado de ésta su taberna fantástica, viendo la reciente foto de la no menos fantástica taberna vasca donde los amigotes del último asesinado por ETA reanudan la partida de cartas después de los disparos.

Quim Roy es el autor de una excelente escenografía, a contracorriente de la moda mini, de lo mejor que hemos visto esta temporada. Pedro Moreno aporta un vestuario acertado, sólo discutible en el caso de El Carburo, que habría estado bordado con los imprescindibles ‘pantalones campana’. Juan Gómez‐Cornejo proporciona la iluminación precisa para reforzar el inmenso realismo del conjunto. Y Miguel Malla rescata un espacio sonoro con ‘Yo soy el Zorro, zorrito, para mayores y pequeñitos’ y ‘Matilde, Perico y Periquín’, con La escoba de los Sirex y todo lo demás.

Todos los actores están magníficos, algo que empieza a ser asombrosamente frecuente en el teatro español, doblemente destacable por venir de donde venimos. Citemos a Antonio de la Torre en un Rogelio el Hojalatero muy difícil, y a Carlos Marcet en un Luis el Tabernero esencial pibote de la pieza.

Aquí, que siempre defendemos el respeto al autor en las adaptaciones, vamos a decir esta vez que a esta taberna se le podía haber suprimido el añadido final con el Caco y el Badila haciendo un ‘remake’ de Esperando a Godot, y las dos intervenciones del personaje que hace de autor. No se necesitan para nada y aumentan peligrosamente la duración de la pieza. A todo lo demás, escasos peros. Teatro serio, teatro para hablar y hablar después con los acompañantes, para elucubrar sobre los males de la patria mía, para aguantar una furtiva lágrima por los males reales y supuestos del país, del paisaje y sobre todo del paisanaje.

Vídeo promocional de la obra.

LA TABERNA FANTÁSTICA
de Alfonso Sastre
Dirección de Gerardo Malla
Producción Centro Dramático Nacional

Funciones
del 11 de diciembre de 2008 al 18 de enero de 2009
De martes a sábados, a las 20.30 h
Domingos, a las 19.30 h
Teatro Valle‐Inclán
Plaza de Lavapiés s/n
28012 Madrid

Equipo artístico
Texto Alfonso Sastre
Dirección Gerardo Malla
Escenografía Quim Roy
Vestuario Pedro Moreno
Iluminación Juan Gómez‐Cornejo
Música y espacio sonoro Miguel Malla
Ayudante de dirección Raúl Fuertes
Ayudantes de escenografía Montse Figueras y Silvia de Marta
Ayudante de vestuario Val Barreto
Ayudante de iluminación Ion Aníbal
Lucha escénica Markus von Wachtel

Reparto (por orden alfabético)
El Caco Enric Benavent
La Vicenta Celia Bermejo
El autor Paco Casares
El Machuna Félix Fernández
Ciriaco Saturnino García
El Carburo Felipe García Vélez
Luis, el Tabernero Carlos Marcet
Loren, el Ciego de las Ventas Luis Marín
Guardia Civil 2 Francisco Portillo
Rogelio el Hojalatero Antonio de la Torre
Guardia Civil 1 Paco Torres
Paco el de la Sangre Julián Villagrán
El Badila Miguel Zúñiga

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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