El Hamlet de Botto, por J.C.Deus

Un aún joven aunque experimentado actor se ha arriesgado a interpretar y dirigir Hamlet, el personaje por antonomasia en la dramaturgia británica y quizás el más representado, revisado y diseccionado de todos los tiempos en la escena occidental. Ha vencido el desafío en sus dos facetas: sin duda, en la de actor; más ajustadamente en la de director. Juan Diego Botto protagoniza uno de los logros de esta temporada. Dice que era la obsesión de su vida, y que vencerla le ha costado dos años. Felicidades por lograrlo. Así deberíamos hacer todos.

‘Hemos puesto el énfasis, dice Botto, en dos aspectos de los miles que encierra este clásico del teatro. La familia y el poder. La familia en lo que se refiere a la dificultad hercúlea de sobrevivir a los «mil naturales conflictos que son la herencia de la carne», es decir, esos mandatos y cargas que recibimos de nuestros padres y que creemos tener que cumplir para estar a la altura de lo que se espera de nosotros, de los buenos hijos. En lo que se refiere al poder, hemos querido centrar la atención en la venenosa rueda que destroza el corazón de todos cuantos se acercan a una autoridad que se da sólo de arriba abajo y nace corrupta y criminal, produciendo ese efecto tan conocido en las dictaduras usurpadoras: la paranoia, la sensación de estado vigilado. Más allá de eso y por encima de todo, hemos tratado de no aburrir’. La obra es producto del Centro de Nuevos Creadores, se estrenó este verano en el Teatro Clásico de Almagro y ahora la adopta con acierto el Centro Dramático Nacional.

‘Enfrentarse a la tarea de hacer una dramaturgia de Hamlet produce vértigo, se explica por su parte Borja Ortiz de Gondra, que la firma junto al actor/director; los más grandes nombres de la literatura y el teatro español han hecho cada uno su versión. Nuestra modesta aportación se guió por un solo propósito: contar, de la manera más depurada posible, la cadena de episodios que configuran la tragedia del príncipe de Dinamarca’.

Han adoptado la traducción de Leandro Fernández de Moratín, la primera al castellano, de 1798, aunque no se han atrevido a sustituir el popular «ser o no ser» por el «existir o no existir» de éste. Un error, porque habrían remarcado la diferencia y pasado a la pequeña historia anecdotal. Es ése, el más célebre monólogo del teatro universal, el que marca con acierto toda la obra, permite a Botto elevarse sobre aspectos más discutibles de su interpretación, y recuerda al espectador que nunca dejan de ser nuevos los verdaderos clásicos, que el dilema que tortura a Hamlet, cómo seguir viviendo tan dura existencia, es el que tortura al humano moderno, el del existencialismo, el que nos acongoja y angustia, de Nietszche a Cioran: cómo no suicidarnos una vez alcanzada cierta madurez, asfixiados por la maldición que hace a los humanos, inhumanos del todo.

Esta amarga reflexión del desesperado príncipe danés ya valdría por una obra entera. Shakespeare cree que seguimos en este mundo simplemente porque nos da más miedo lo que vamos a encontrar en el otro. Nada de dioses, ni pecados, ni infiernos. Terriblemente actual. Y digno de esas elucubraciones posteriores con acompañantes o a solas, que son lo mejor del teatro, cuando terminan los aplausos y queda el poso.

Porque además, azar y destino han colocado a dos mil metros del teatro María Guerrero donde sufre Hamlet, a otro príncipe magistral, el Segismundo de La Vida es sueño, de Calderón de la Barca, que en el teatro Albéniz también se hace estos días las grandes preguntas de la existencia, y con no más claras respuestas. Poder comparar estas dos obras, estas dos versiones, estos dos príncipes y estos dos grandes clásicos de la literatura, nadie lo ha planificado pero está a la altura de todos los elucubradores impenitentes de estas navidades madrileñas.

‘¿Qué es el hombre que funda su mayor felicidad, y emplea todo su tiempo solo en dormir y alimentarse? Es un bruto y no más, se dice Hamlet. No, se responde a continuación para darse ánimos. Aquél que nos formó dotados de tan extenso conocimiento que con él podemos ver lo pasado y futuro, no nos dio ciertamente esta facultad, esta razón divina, para que estuviera en nosotros sin uso y torpe’ (acto IV, escena décima). Ni Calderón era tan creyente ni Shakespeare era tan descreído.

Juan Diego Botto había ya hecho Shakespeare (Coriolano, bajo dirección de Eusebio Lázaro), y un ‘remake’ interesante de Hamlet (Rosencrantz y Guildenstern han muerto, de Tom Stoppard). Junta una docena de actuaciones teatrales y más del doble de presencias cinematográficas antes de este Hamlet. Ahora tendrá que pensar en el después. Tan real parece su hamlet, que se parece como una gota de agua a un amigo mío que a lo mejor me está leyendo. Jose Coronado y Nieve de Medina hacen una pareja de asesinos, el hermano Claudio y la esposa Gertrudis del rey envenenado, un tanto hieráticos, que durante dos tercios de la obra no reflejan ese cierto nerviosismo apenas perceptible que debe sentir todo homicida con premeditación y alevosía cuando comienza a notar sospechas a su alrededor. Marta Etura es una buena Ofelia y el resto del reparto está muy bien.

Borja Ortiz de Gondra tiene tres premios teatrales, y ha sido traducido y representado en varios países. Ha dirigido un par de veces sus propios textos. Es habitual traductor de textos teatrales, y ha sido yudante de dirección en la Comédie Française, el Théâtre de l’Odéon, el Théâtre de la Colline, el Centro Dramático Nacional, el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas y el Teatro La Zarzuela, junto a los directores Pina Bausch, Jorge Lavelli, Lluis Pasqual, José Carlos Plaza, Emilio Sagi, entre otros. Es difícil de juzgar su adaptación sin comparar detalladamente original y versión. Es un problema que a menudo tenemos los comentaristas -y el público exigente, me figuro- y que debería atenuarse explicando con mayor lujo de detalles qué cambios se han realizado sobre el original, por qué, dónde, cómo y cuándo. Los muertos merecen respeto y en el océano de adaptaciones flota mucho matute. Pero en este caso, no veo razones puristas para críticar el resultado.

Llorenç Corbella, el autor de la escenografía, ha sdo reconocido en dos ocasiones por su trabajo como escenógrafo, Premi de la Crítica de Barcelona (1999) por la escenografía de Mesura per mesura (dir. Calixto Bieito) y Premio Max de escenografía (1998) por Guys & Dolls (dir. Mario Gas), ambas producciones del Teatre Nacional de Catalunya. Y no hace mal trabajo, pero se parece a todo lo que vemos últimamente. Ya lo decíamos con ocasión de La vida es sueño: hace décadas el minimalismo escénico fascinó y rimpió el cartón piedra. Ahora es repetitivo; los escenarios están pidiendo de nuevo escenas, decorados, tramoya. Miren las propuestas del festival de Otoño, miren lo que hacía Lepage, por ejemplo, en su Lipsynch de este año o su The Andersen Project de hace tres.

Todo dicho desde el respeto que merece hacer Hamlet con tres muros, dos sillones rojos, un candil y una sábana en la que se proyecta el fantasma de la obra. O convertir una obra de cinco actos, en un ‘continuum’ de dos horas sin interrupción. O declamar Shakespeare para que suene de aquí mismo al lado. O lidiar con recursos argumentales imposibles como la puñalada a través de las cortinas o las carambolas mortales del duelo. Y es que Shakespeare es un torrente de imperfecciones al lado de genialidades, ‘y acalorado por una especie de frenesí, no hay desacierto en que no tropiece y caiga’, como pensaba su excelente traductor.

Éste, Leandro Fernández de Moratín, al publicar su traducción de la obra, la prologó diciendo: ‘La presente tragedia es una de las mejores de Guillermo Shakespeare, y la que con más frecuencia y aplauso público se representa en los teatros de Inglaterra. Las bellezas admirables que en ella se advierten y los defectos que manchan y oscurecen sus perfecciones, forman un todo extraordinario y monstruoso compuesto de partes tan diferentes entre sí, por su calidad y su mérito, que difícilmente se hallarán reunidas en otra composición dramática de aquel autor ni de aquel teatro; y por consecuencia, ninguna otra hubiera sido más a propósito para dar entre nosotros una idea del mérito poético de Shakespeare, y del gusto que reina todavía en los espectáculos de aquella nación’.

‘Si el traductor ha sabido desempeñar la obligación que se impuso de presentarle como es en sí, no añadiéndole defectos, ni disimulando los que halló en su obra, los inteligentes deberán juzgarlo. Baste decir que, para traducirla bien, no es suficiente poseer el idioma en que se escribió, ni conocer la alteración que en él ha causado el espacio de dos siglos; sin identificarse con la índole poética del autor, seguirle en sus raptos, precipitarse con él en sus caídas, adivinar sus misterios, dar a las voces y frases arbitrariamente combinadas por él la misma fuerza y expresión que él quiso que tuvieran, y hacer hablar en castizo español a un extranjero, cuyo estilo, unas veces fácil y suave, otras enérgico y sublime, otras desaliñado y torpe, otras oscuro, ampuloso y redundante, no parece producción de una misma pluma; a un escritor, en fin, que ha fatigado el estudio de muchos literatos de su nación, empeñados en ilustrar y explicar sus obras; lo cual, en opinión de ellos mismos, no se ha logrado todavía como era menester’

‘Si (el traductor) se ha equivocado en su modo de juzgar o por malos principios o por falta de sensibilidad, de buen gusto o de reflexión, no será inútil impugnarle; que harto es necesario agitar cuestiones literarias relativas a esta materia para dar a nuestros buenos ingenios ocupación digna, si se atiende al estado lastimoso en que yace el estudio de las letras humanas, los pocos alumnos que hoy cuenta la buena poesía y el merecido abandono y descrédito en que van cayendo las producciones modernas del teatro’. Lo de siempre, pues.

E igual que hacíamos con el célebre monólogo de Segismundo, reproduzcamos ahora las palabras de nuestro Hamlet: ‘Existir o no existir, ésta es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?… Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir… y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños no podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre pudiera procurar su quietud con sólo un puñal, ¿quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) que nos embaraza en dudas y nos hace soportar los males que nos cercan antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos’.

No se puede añadir mucho más. Una cosa sí: el padre de Diego Botto fue asesinado en 1977 en la represión política durante la dictadura argentina; ni su cuerpo ni los autores han sido localizados; es la explicación de su atracción por Hamlet.

Calderón veía la vida como un vano sueño -frenesí, ilusión, sombra, ficción-, y Shakespeare veía la muerte como un sueño sobrecogedor preñado de mayores peligros si cabe. ¿Cuál de los dos es más pesimista? ¿Serán ambos la real realidad real?

Hamlet
de William Shakespeare

Dramaturgia de
Borja Ortiz de Gondra y Juan Diego Botto

sobre la traducción de
Leandro Fernández de Moratín

Dirección de
Juan Diego Botto

Producción de
Centro de Nuevos Creadores

Funciones
4 de diciembre de 2008 a 4 de enero de 2009
De martes a sábados a las 20.30 h
Domingos a las 19.30 h

Teatro María Guerrero
C/ Tamayo y Baus, 4
28004 Madrid
Taquilla: 91 310 15 00

Equipo artístico
Escenografía Llorenç Corbella
Vestuario Yiyí Gutz
Iluminación Felipe R. Gallego
Música original Alejandro Pelayo
Espacio sonoro Jorge Muñoz
Maquillaje y peluquería Maite Bujeda
Maestro de esgrima Nacho Fernández
Producción ejecutiva Sus Domínguez
Ayudante de dirección Darío Facal
Ayudante de producción Carlos Montalvo
Asistente de dirección Javier Aguayo

Reparto (por orden alfabético)

Reinaldo / Soldado 1 / Cómico 3 Ernesto Arango
Hamlet Juan Diego Botto
Horacio Emilio Buale
Rosencrantz/Cortesano2/Sacerdote José Burgos
Claudio Jose Coronado
Sepulturero/Cómico1/ Cortesano1 Félix Cubero
Ofelia Marta Etura
Marcelo / Cómico 4 / Osric Marcos Gaba
Polonio Luis Hostalot
Voltiman Paco López
Gertrudis Nieve de Medina
Guildenstern/Cortesano 3/Fortimbrás Joaquín Tejada
Laertes / Cómico 2 Juan Carlos Vellido

Proyección del padre de Hamlet Jordi Dauder

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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