Las manos blancas no ofenden, por J.C.Deus

Una farsa de amores cortesanos ambientada en Italia a mediados del siglo XVII. Una comedia de mucho enredo en la que el verso sustituye a los efectos especiales y el placer de lo bien contado puede más que la atrabiliaria trama. Una obra de don Pedro Calderón de la Barca con la que la Compañía Nacional de Teatro Clásico inaugura la presente temporada con el mismo tino y el mismo buen oficio con que cerrara la anterior representando también del gran dramaturgo su ‘El pintor de su deshonra’.

Hace tres siglos, el público seguía tramas tan complejas como ésta sin recursos audiovisuales ni efectos especiales, tan sólo escuchando recitar a los actores largos y complejos parrafones que hoy resultan difíciles de comprender, imposibles para muchos. Así que el teatro del Siglo de Oro sigue desafiando esa mentira de que el progreso económico va acompañado de progreso mental, espiritual y cultural. De un ‘guión’ como éste, en Hollywood sacaban tres series televisivas repletas de carcajadas y ocurrencias.

Resumir esta comedia no es tarea baladí. Un príncipe desheredado se enamora de su prima usurpadora; la humillada ex novia se disfraza de hombre para estropear sus planes, mientras otro príncipe rival en los deseos hacia la protagonista, se disfraza de mujer para llegar hasta ella. Los rodean sirvientes astutos y cortesanos tontuelos, todos con peripecias propias y personalidades nada de relleno, de tal forma que en escena hay una docena de historias entretejiéndose al mismo tiempo. Una endemoniada trama que se enreda y enreda a veces atosigante. Pero a la que el final feliz llega en el momento justo, cuando se necesita para no arrojar la toalla.

Atrasar un siglo la ambientación, sustituir la España de los Austria por la de los Borbones, permite desplegar un precioso vestuario pero no aporta nada más, salvo consolidar prejuicios, como si la españa trágica del alcalde de Zalamea no fuera capaz también de piruetas brillantes como ésta. No lo aprobamos. Y sí, en cambio, lo hacemos con todo lo demás: la escenografía, la música, la interpretación (especialmente los dos difíciles papeles travestidos, Lisarda y César), la obra en su conjunto y el trabajo de su director. Sigue la Compañía recitando como es debido el teatro clásico español, un trabajo de enorme importancia en estos difíciles tiempos para la lengua en sus lares, mientras se expande por el mundo y se reprime y abotarga en casa.

‘Las manos blancas no ofenden’ estuvo concebida como una obra musical, era una especie de ‘prezarzuela’». De hecho, la música se introduce por primera vez a la manera italiana en una comedia española. «Se habían visto comedias con música pero no con música cantada», cuenta el director. Pero de la melodía con la que Calderón estrenó su obra se ha recuperado muy poco, así es que Eduardo Vasco y Alicia Lázaro, la directora musical, han optado por piezas del siglo XVIII con las que fue representada en su día la comedia y que sí se conservaban muy bien. «De hecho, eso ha condicionado el resto del montaje, que está ambientado en el siglo XVIII porque creo que era algo bonito, rescatar las partituras de José Herrando y hacer que toda esa música que ya había sido creada para esa comedia volviera a ella». «Una mirada al siglo XVII desde el XVIII hecha por gente del siglo XXI», comenta el director.

Fechada alrededor de 1640, esta comedia de capa y espada, escrita para Palacio, debió de ser muy conocida, no solo por el número de representaciones de las que tenemos noticia, sino también por la cantidad de ediciones “sueltas” que se realizaron durante los siglos XVII y XVIII. Es Calderón en estado puro, con su instinto dramático más que desarrollado y su oficio en plenas facultades, que plantea una comedia elegante y descocada, efectiva y arriesgada, utilizando –amplificados- algunos de sus trucos dramáticos más efectivos: el accidente en el río (en este caso doble), el travestismo (doble también), el pretendiente sin recursos que confunde amor con interés, la dama abandonada que persigue al amante ingrato, la pretendida por todos que no se decide, los paralelismos de todo tipo –situaciones, diálogos- la música, imprescindible, dentro de la escena, etc. Las manos blancas no ofenden, título que parte, como otras muchas comedias de don Pedro, de un conocido refrán, ofrece al espectador un enredo festivo que no se representaba desde hacía un siglo.

Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño había nacido en Madrid el 17 de enero de 1600, donde morirá el 25 de mayo de 1681. Escribiendo esta obra, participó en la guerra de Secesión y fue herido en el cerco de Barcelona. En los años siguientes tendría un hijo natural, pasaría por una grave crisis, y finalmente se haría sacerdote. Junto a drmas filosóficos y autos sacramentales, junto a tragedias enormes y tramas religiosas, Calderón es también un comediante de primera, un ingenioso autor cómico, un ‘entretenedor’ solvente, y estas manos blancas que no ofenden, vienen a demostrarlo categóricamente.

Se calculan en mil las piezas dramáticas que produjo el Siglo de Oro español. Se conocen dos docenas. Nuestra nunca bien ponderada CNTC tiene trabajo por delante. Escribe Juan José Granada Marín en ‘Calderón, los cómicos y el verso en el siglo XX’: ‘Ya sé que los últimos tiempos, en cuanto a pedagogía teatral se refiere, no han sido muy propicios al reconocimiento del valor de la palabra y mucho menos del verso. Durante un tiempo se ha considerado algo muerto y sin futuro… La escuela de interpretación del verso todavía puede resurgir, aunque transformada, recomponiendo los referentes que nos quedan a partir de los testimonios vivos de los actores y actrices que aún conservan sus facultades y deseos de transmitir esa información… Existe una nueva generación que empieza a descubrir el sentido del verso, a ellos está encomendado el futuro y yo creo con firmeza que ese futuro ha de beneficiar al verso y al teatro en general, se trata de recuperar el interés por la tradición, por técnicas complementarias. El virus de la «modernidad» se tiene que ver compensado por el de la recuperación del legado histórico. Todo será cuestión de que los medios de comunicación y los responsables intelectuales y sociales decidan ponerlo de moda’.

Dice Eduardo Vasco, director de la CNTC y de este montaje: ‘La comedia que nos ocupa está destinada al público de palacio, asiduo sin duda a las representaciones de los corrales, pero que va a ser testigo de la representación de una comedia compuesta específicamente para otro tipo de paladar: el cortesano. Evidentemente el tono de estas obras es cómico, pero de una comicidad menos gruesa, poblada de guiños al público, un público selecto que se encuentra en un espacio (salones de corte, jardines, etc.) similar al que ambienta la comedia… Calderón busca, incansable. Su obra, su variedad, tan desconocida aún por el gran público, si exceptuamos los títulos habituales –nada representativos, por otro lado, de un autor tan polifacético- nos muestra un talento moderno, flexible y capaz de una diversidad que resultará impensable en un autor teatral no mucho tiempo después. Tras casi veinte años de actividad literaria se encuentra agotando los géneros que ha heredado, y podemos encontrar en esta obra tentativas de renovación… Todo ello mediante unos personajes que viven su peripecia más como una aventura de ficción que como una realidad tangible… Una historia blanca, como las manos a las que alude el refrán del título, como el ideal de belleza que maneja la obra: reflejo de un pensamiento puramente barroco que nace de un espejo de corte y oculta la tan molesta realidad. A veces el teatro es tan contemporáneo que abruma’.

LAS MANOS BLANCAS NO OFENDEN, de Calderón de la Barca
Compañía Nacional de Teatro Clásico
Versión y Dirección: Eduardo Vasco, del 3 de octubre al 7 de diciembre. Funciones: miércoles a sábado 20.00 horas. Martes, domingos y festivos: 19.00 horas. Lunes descanso.
(Sede provisional de la CNTC) Teatro Pavón – c/ Embajadores 9)

Equipo
Asesor de verso: Vicente Fuentes
Iluminación: Miguel Ángel Camacho (A.A.I.)
Coreografía: Nuria Castejón
Arreglos y dirección musical: Alicia Lázaro
Vesturario: Lorenzo Caprile
Escenografía: Carolina González

Elenco

Lisarda: Pepa Pedroche
Patacón: Toni Misó
Nise: Elena Rayos
Fabio: Pedro Almagro
Federico: Joaquín Notario
César: Miguel Cubero
Teodoro: Adolfo Pastor
Enrique: Juan Meseguer
Laura: Ione Irazábal
Serafina: Montse Díez
Clori: Silvia Nieva
Carlos: José Luis Santos
Lidoro: Iñigo Asiain
Criado1º : Diego Toucedo
Criado 2º: Sergio Mariottini

Arpa: Sara Águeda
Violín barroco: Melissa Castillo
Cello barroco: Irene Rouco

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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