Del no resignarse ante la muerte, del mito de Orfeo, por J.C.Deus

L’Orfeo de Claudio Monteverdi se estrenó en la ciudad italiana de Mantua en marzo de 1607. Está considerada la primera ópera de la historia, aunque fuera una emulación encargada por el duque Vicenzo Gonzaga tras presenciar una pionera Euridice en la Florencia de 1600 a cargo de un tal Jacopo Peri, otro perjudicado de la historia. Es la primera ópera y para algunos la mejor, cosa no tan soprendente, si tenemos en cuenta que El Quijote fue la primera novela y el teatro de Shakespeare se mantiene imbatido.

El mito de Orfeo es relativamente poco conocido pero mucho más trascendente que el de Edipo. Al fin y al cabo, éste ocurre entre previsibles humanos vivos, mientras que aquel incursiona en la otra orilla de la existencia, atraviesa la lúgubre laguna Estigia para llegar al reino de la muerte. Y de vuelta. Algo que sólo mucho tiempo después se permitiría Jesús de Galilea de creer a sus seguidores.

Orfeo es un feliz recién casado que recibe la brutal noticia de la muerte repentina de su adorada esposa, mordida por una serpiente venenosa cuando recogía flores silvestres. Orfeo se derrumba, como se derrumban amigos y parientes ante la noticia. Pero Orfeo al contrario que los demás mortales, no se resigna, y se lanza a la imposible tarea de recuperar a su amada; de bajar al Averno, de rogar a los dioses que se la devuelvan.

Tarea de las tareas, audacia entre las audacias, objetivo cuya sola formulación espeluzna en su atrevimiento, y al mismo tiempo conmociona en su realismo. ¿Por qué nos resignamos? ¿Por qué no intentar rescatar del otro lado a esos seres queridos cuya pérdida nos condicionará de por vida, nos hará llorar por tanto tiempo después de ocurrida de esa forma íntima más tremenda que si derramáramos lágrimas?

En la ficción al mito le es posible resucitar, es posible acompañarlo hasta la barca con la que Creonte se lleva a los muertos al otro lado del espejo. En la ‘realidad real’, hay que iniciar este desesperado viaje partiendo del suicidio y sabiendo que no hay retorno. Siempre ha habido almas sensibles que así lo han hecho. Pero de ellas no hemos vuelto a saber nada: si llegaron, si se reunieron con el amado o la amada, si les valió la pena el salto.

En el mito, Orfeo convence primero al barquero Caronte y luego a Proserpina, esposa de Plutón, de que su causa merece recompensa, y el dios accede a que Euridice acompañe a Orfeo de retorno a la vida con una sola condición, aparentemente sencilla, en realidad enorme, como todas las que los dioses clásicos exigen a los humanos: duirante el viaje, Orfeo no podrá volverse ni una vez a comprobar que quien le sigue, es la auténtica Eurídice.

Bueno. El caso es que como saben, Orfeo se vuelve a comprobar que no le engañan, y su desconfianza le causa la segunda y definitiva pérdida de su amada. De vuelta a la luz, todavía recibirá consuelo del mismísimo Apolo que se lo lleva al cielo, colmando con esta dicha todas sus penas terrenales. Es una forma de terminar, porque aparentemente Monrteverdi primero eligió otra mucha más realista: que las bacantes despezaban al osado que se atrevía a turbar el secreto del Averno.

Estos mimbres pueden traducirse en un bodrio o en primor literario. El libreto que Alessandro Striggio entregó a maese Claudio era una joya. Y con esa joya, a los 40 años y en pleno ejercicio de su oficio y saber, Monteverdi estrenaba esta maravilla universal. Que contemplada hoy día, podría resultar una pieza arqueológica un tanto vetusta, si no hubieran acudido en su rescate dos excepcionales profesionales, un director musical penetrante y un director de escena sensible, comprometidos en la trasmisión fidedigna de fábula tan emocionante.

Hacia tiempo que no me invadía la emoción tan arrolladoramente como en el momento inuagural de este L’Orfeo, acabada la ‘tocata cha si suona avanti il levar de la tela tre volte con tutti li instrumenti’, cuando de las entrañas del escenario irrumpe una trompeta mientras surge de la tierra lenta y majestuosamente el patio del castillo de los duques de Mantua, a donde en esta memorable ‘serata’ primaveral nos hemos trasladado para casi participar en el estreno de un experimento musical que aún en la corte ducal nadie sabe en qué consiste.

La primera parte de este L’Orfeo del Teatro Real es memorable en todos los sentidos. La segunda parte, desciende de nivel. A ello contribuyen dos errores en nuestro modesto entender: hacer un intermedio de media hora en una obra cuya duración total es de dos, -lo que dura una película, perfectamente asumible por cualquiera- y el hecho de que los dobles y triples papeles femeninos -especialmente en lo tocante a la protagonista, Eudírice y Proserpina conjuntamente- no estén especialmente delimitados por los recursos teatrales, y exijan un conocimiento del ‘guión’ sin el que la trama se deshinfla en una cama matrimonial donde uno no sabe bien quién se acuesta.

Pero este L’Orfeo es musical y esconográficamente lo mejor de la temporada actual. Y eso es como decir que estamos ante un espectáculo de los que dejan huella en el pobre corazoncito de un paisano. Christie y Pizzi nos han explicado su enfoque, que volvemos a celebrar como acertado. Hoy será transmitida en directo por RNE-Radio Clásica a las 20’00 horas. Y va a ser proyectada en directo en cines de toda España el 19 de mayo, y en pantalla gigante en la mismísima plaza de Oriente el día 23. Apta para todos los públicos neófitos y hasta alérgicos. Es una manera triunfal de entrar, de profundizar y de insistir en el maravillos mundo de la ópera, el espectáculo total -música y teatro, palabra y canto- a escala humana.

Toda la información

Equipo artístico:

Dirección musical: William Christie
Dirección de escena, escenografía y figurines: Pier Luigi Pizzi
Iluminación: Sergio Rossi
Coreografía: Gheorghe Iancu

Reparto:
Orfeo: Dietrich Henschel
Euridice: Maria Grazia Schiavo
La Música: Maria Grazia Schiavo
La Mensajera: Sonia Prina
La Esperanza: Sonia Prina
Caronte: Luigi De Donato
Proserpina: Maria Grazia Schiavo
Plutone: Antonio Abete
Apollo: Agustín Prunell-Friend
Ninfa: Agustín Prunell-Friend
Pastor I: Xavier Sabata
Pastor II: Cyril Auvity
Pastor III: Juan Sancho
Pastor IV: Jonathan Sells
Espírutu I: Cyril Auvity
Espírutu II: Juan Sancho
Espírutu III: Jonathan Sells
Eco: Ludovic Provost

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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