Malogrado delirio a dúo, por J.C.Deus


Ionesco, que sabía de la vida, dejó escritó: ‘«Sé muy bien que la respuesta es esta misma imposibilidad de dar respuesta. La no-respuesta es la mejor respuesta. Es imposible comprender. Todos los que se imaginan que comprenden algo están limitados. Solamente cuando digo que todo es incomprensible, estoy lo más cerca posible de comprender la única cosa que nos es dado comprender. Cuando uno ha comprendido, uno se para, uno se atiene a lo que ha comprendido. No comprendo. Comprender es demasiado poco. Haber comprendido es estar fijo o congelado».

El adaptador y director de este clásico del teatro del absurdo de hace medio siglo, Delirio a dúo (1963), es Salva Bolta, que se licenció hace 25 años, y nos recibe con un manifiesto de condena a la rutina y la cobardía humanas, al miedo y a la derrota, ignorando que todo ello es inevitable en nuestra mísera condición, que todo llega antes o después, que como dice el mismo Ionesco, no hay nada que comprender.

Sin embargo, Bolta insiste: ‘No consigo comprender cómo sucede que, desde hace siglos, los hombres aceptan vivir o morir en condiciones intolerables. Aceptan existir con la obsesión de la muerte, en la guerra, en el dolor, sin reaccionar definitivamente. No entiendo por qué el individuo se asocia a otro en pareja y establece un vínculo que muchas veces, ya desde el primer momento, resulta espectacularmente catastrófico. Y a partir de ese momento, ya nada más que el dejarse llevar por las aguas manteniendo la flotación y el comenzar a descontar tiempo hasta la muerte, sin ninguna ambición ni esperanza. Intento explicarme qué es lo que tan pronto neutraliza a la persona, pulveriza su curiosidad y valor, y la empuja a la minuciosa tarea de la construcción de un personaje revestido de prejuicios, costumbres, leyes y principos, que no hacen mas que amortajarle’.


Y con este punto de partida, como si de aportar rebeldía se tratara, como si fuera un joven inexperto el que se planteara el problema, hace una versión y una dirección de la obra, realmente equivocada. Caricaturiza, trivializa, adopta un tono humorístico, destroza lo que quería decir Ionesco.

El mismo se justifica: ‘Al principio no les disculpaba a ambos [los dos personajes] esa resignación estando atrapados. Ahora ya no lo veo tan claro: no puedo decidir si lo que les falta es voluntad o son, como ellos dicen, unos involuntarios desgraciados sin suerte, y personalmente me despiertan una infinita ternura. Me parece que Ionesco veía bastante mal el asunto. Yo no tanto. Quiero creer que a pesar de todo hay una ventana donde respirar aire fresco. Y para mí está en esa fuerza avasalladora y singular que es el amor. Gracias a él me permito la valentía de dudar de lo que este hombre afirmaba rotundamente: ¿Todo es vano?’

Siento decir que su intento fracasa, que lo del aire fresco y el amor son buenas intenciones difíciles de plasmar. Los personajes son histriónicos. El montaje, muy rudimentario; ruidos, gritos, sustos, humos, todas esas cosas están gastadas. Los actores quizás sean víctimas de una concepción equivocada, quizás tengan también su responsabilidad en esas marionetas sin vida.

La tortuga y el caracol, ¿son el mismo animal? Sobre esta pregunta, un hombre y una mujer discuten mientras que en el exterior se oyen los ecos de una guerra. De manera fragmentaria, en sus argumentos y en sus réplicas se reconstruye su historia personal, mientras comienzan a verse las consecuencias de los combates: caen escombros del techo, se derrumban las paredes. Los comentarios y las reacciones de carácter pragmático de los personajes –cerrar la ventana, atrancar la puerta– desvían temporalmente la atención de la pareja en su pelea. Pero cuando en el exterior termina la guerra y comienza la fiesta, retoman su enconada disputa.

Y es que las mismas citas de Ionesco -de su de «Notas y contranotas»– que incluye el Centro Dramático Nacional en su presentación del montaje, lo dicen. La primera es: ‘Lo cómico, siendo intuición de lo absurdo, me parece más desesperante que lo trágico. Lo cómico no ofrece salida’. Y luego siguen:

-Las palabras carecen de sentido: la comunicación entre los hombre es imposible.

-Soy testigo, pero no juez.

-A veces, algunos de mis personajes son cómicos porque son ridículos en su manera
de ser humanos, pero ellos no lo saben.

-Nada es atroz, todo es atroz. Nada es cómico. Todo es trágico. Nada es trágico, todo es cómico, todo es real, irreal, posible, imposible, concebible, inconcebible. Todo es pesado, todo es liviano…

Diantres, tenemos que dejar de hacer adaptaciones-traiciones; tenemos que intentar saber quién era Eugène y qué quería decir, y trasmitirlo al público de hoy. Tan sólo eso: sin malinterpretaciones propias por bienintencionadas que sean. El CDN debe de tener más nivel, más innovación auténtica y más respeto por los clásicos.

Eugen Ionescu nació en Rumania en 1912 y murió en París en 1994. De padre rumano y madre francesa, en 1938 regresa a Francia para establecerse definitivamente. Trabajó en una editorial, después en un banco, antes de dedicarse por entero a su producción dramática. Su primera obra de teatro, La cantante calva, se estrenó en el Théâtre des Noctambules en 1950, causando un tremendo escándalo, pero su inteligencia, novedad y ruptura con la lógica lo llevan a la fama, fama que no le abandonaría en sus posteriores obras. Ionesco fue, junto al irlandés Samuel Beckett, el padre del teatro del absurdo, mediante el cual él hace «de un texto burlesco, un juego dramático; y de un texto dramático un juego burlesco». Más allá de la mera ridiculización de situaciones banales, las obras de Ionesco dibujan de modo tangible la soledad de los humanos y la insignificancia de la propia existencia.

El pesimismo se sitúa en la base del teatro del absurdo, que pretende poner de manifiesto la futilidad de la existencia humana en un mundo impredecible, junto con la imposibilidad de verdadera comunicación entre las personas; sin embargo, su obra está cargada de humor y sentido de la humanidad.

Entre las técnicas propias de tal dramaturgia figuran el non sense (juegos verbales sin sentido o sin sentido aparente), la creación de ambientes sofocantes y las situaciones carentes de lógica con el fin de resaltar el extrañamiento y la alienación; en todo caso, su principio esencial es subvertir los procedimientos de transposición literal de la realidad.

La obra teatral de Ionesco es muy amplia, y entre sus principales piezas se cuentan La cantante calva (1950), una sátira fundada en la vida cotidiana; La lección (1950), acerca de un profesor que asesina a sus alumnos; Las sillas (1952), donde los personajes hablan con seres que no existen; Amadeo o cómo salir del paso (1953), una parábola contra el matrimonio, y El nuevo inquilino (1956).

El rinoceronte (1959) es seguramente su obra más conocida; en ella, ante la resistencia y el asombro del protagonista, los habitantes de una villa se convierten en rinocerontes. Otras obras dramáticas suyas son La sed y el hambre (1964) y El rey se muere (1962). Escribió también abundantes textos sobre teatro, libros de memorias y una novela, El solitario (1974).

Ionesco fue uno de los dramaturgos más singulares e innovadores del siglo XX, de un humor mordaz y agudo, que consiguió trasladar al medio escénico las técnicas expresivas procedentes del surrealismo. De ese modo abrió nuevos caminos al teatro seguidos por otros autores.

Siento tener que dar esta opinión negativa. Espero poder decir muchas cosas positivas en el futuro de todos los que han hecho este ‘Delirio a dúo’, que por cierto parece haber tenido gran éxito de público, dentro de las diminutas dimensiones de la sala.

DELIRIO A DÚO
de Eugène Ionesco
Versión y dirección de Salva Bolta

Reparto (por orden alfabético)
Él Gerardo Malla
Ella Jeannine Mestre

Equipo artístico
Dirección Salva Bolta
Escenografía y vestuario Ana Garay
Iluminación Juan Gómez-Cornejo
Música Luis Miguel Cobo
Edición y mezcla sonido Ramón Rico
Realización de vídeo José Martín Rosete
Profesor de movimiento Manuel Luque
Ayudante de dirección Raúl Fuertes

Del 10 de enero al 17 de febrero de 2008
Producción del Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero | Sala de la Princesa
C/ Tamayo y Baus, 4
28004 Madrid
Taquilla: 91 310 15 00

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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