Escribe Antonio Piñero
Concluíamos el día anterior que debe aceptarse la interpretación más sencilla, y a veces obvia del conjunto de los textos, sobre todo teniendo en cuenta que existe un “patrón de recurrencia” perfectamente formado que da cuerpo consistente a la hipótesis de un Jesús sedicioso. ¿Es lógico, por ejemplo, que un episodio como el prendimiento de Jesús en el huerto de Getsemaní, donde la tradición sinóptica presenta a un discípulo –luego identificado con el impulsivo y violento Pedro– “Señor, ¿herimos a espada?” (Lc 22,49), sea interpretado como que este acto es puramente simbólico? (G. W. Lampe; B. T. Viviano).
Incluso puede caerse en un cierto ridículo exegético si se afirma que el que comienza la trifulca donde se utilizan armas no fue Pedro (¡en contra expresamente de Jn 18,10 = criterio de dificultad!), sino que había –además de los discípulos de Jesús y los atacantes– un tercer grupo (desconocido por los evangelistas) que intervino para defender a Jesús (E. Schweizer; incluso R. E. Brown; M. E. Boring). O, ya quizás el colmo, cuando se llega a sostener que un miembro de la partida atacante se arrepiente de lo que está haciendo y se revuelve contra su propio grupo comenzando a herirlos a espada (L. Schenke; P. Lamarche).
Lunes, 23 de abril