El amor perjudica seriamente la salud (II)

El amor perjudica seriamente la salud (II)

Para que la liberación de la mujer –perdonen el tic machista, pero no acabo de acostumbrarme a lo de hombra– haya podido llevarse a cabo han sido imprescindibles importantes reformas legales en España, como la ley integral contra la violencia de género, suscrita por todos los partidos políticos con representación parlamentaria. O sea la LIVG, esa ley infame que niega al varón -por el hecho de serlo- derechos fundamentales como los de igualdad ante la ley, garantía jurídica o presunción de inocencia, invirtiendo incluso la carga de la prueba. Y que ostenta el triste récord de acaparar más de 200 recursos de inconstitucionalidad. La ley más cuestionada de España.

Ahora ya es muy fácil, cómodo y gratuito para la mujer liberarse del chorbo molesto. Basta que tenga un teléfono. Por ejemplo:

«Ring. Ring. ¿Es la Guardia Civil? Hola, buenas. Mire que llamo porque soy libre, vivo, actúo, rompo el silencio y denuncio al cabrón de mi marido –o mi pareja, compañero, padre de mis hijos, etcétera, a rellenar según convenga, siempre y cuando, ojo al parche, el denunciable sea varón en ejercicio, si no, no vale–. Resulta, sabe usted -continúa la arpía-, que mi marido -o lo que sea- no cierra la tapa del váter, y a veces hasta se mea fuera. Además, cuando me voy de marcha los viernes por la noche con mis amigos y amigas el tío me pregunta que adónde voy, violando mi más estricta intimidad y mi libertad más inalienable. Hasta una vez lo pillé también con mi móvil en la mano, diciéndome el muy canalla que me lo traía porque yo lo había olvidado en el coche, como si eso fuera excusa suficiente para cogerlo. Y por las noches, cuando estamos en la cama, el muy guarro intenta meterme mano; incluso una vez quiso violarme cuando yo no tenía ganas de que me violara. No puedo más con tanto maltrato psicológico y tanta humillación machista, señor guardia. Quiero denunciarlo. Por mí y por mis hijos, como nos repite la tele a diario. Porque es un canalla y un maltratador de tomo y lomo».

Y ya está. Ya está jodido el varón, quiero decir. Para empezar -basta con la denuncia de la mujer, sin necesidad de prueba o indicio delictivo alguno- se le aplica el «protocolo». O sea, al pringao se le detiene, se le esposa y se le encierra en un calabozo. Al día siguiente se le ficha: fotos de frente, perfil, huellas dactilares, muestras de ADN y registro en todas las bases de datos de maltratadores habidas y por haber. Se lo juro por mis ancestros. Y al tercer día, se le hace un juicio sumarísimo -rápido, lo llaman- a cargo de uno de los muchos tribunales de excepción creados al efecto -de violencia contra la mujer dicen que se llaman-, con grandes probabilidades de que al pardillo le caiga la del pulpo, por machista, maltratador psicológico y otras finas hierbas.

A pesar de toda esta locura legal, lo cierto es que a estas alturas de la película, y según está el patio, eso de la liberación de la mujer –aquí y ahora– es una filfa como el sombrero de un picador. La mujer, supuesta víctima del hombre en el pasado –remoto–, se ha convertido en su verduga en el presente y en el futuro. Es lo que hay: fascismo feminista. Con el impúdico agravante de que éstos son los tiempos de la democracia y el estado de derecho. Los de la liberté, la egalité y la fraternité. Pues eso. Caca de la vaca.

Será cuestión genética, de edad o de principios pero, a mi entender, el problema reside en la banalización del amor y el sexo en la pareja. El consumismo como doctrina llevada al extremo. La cosificación de la persona como objeto de consumo, reemplazable, impersonal y perecedero, tipo electrodoméstico. ¿Que no te gusta? ¿Que se te ha quedado viejo? ¿Que ya no responde a tus expectativas, reales o decorativas? -interroga el feminismo montaraz a la mujer-. Pues tíralo y cómprate otro, tía. A fin de cuentas no es más que el padre de tus hijos. Y punto. No vas a hipotecar tu felicidad por un tío, oye. Que se joda.

Esta es la cínica paradoja en un mundo virtual dónde el reciclaje y la sostenibilidad son conceptos tan políticamente correctos. Donde hasta a las mascotas –tanto da una serpiente pitón como un fiel pastor alemán– se las quiere, se las cuida y se las mima. Pero a las personas, nasti de plasti: a la basura. Con dos cojones. O con dos ovarios. Por eso digo que el amor perjudica seriamente a la salud. Y a veces, mata.

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Autor

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

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