El amor perjudica seriamente la salud (I)

El amor perjudica seriamente la salud (I)

Sí. El amor perjudica seriamente a la salud. Muchísimo más que el tabaco, oiga, dónde va a parar. Pero no el amor a Dios, a la ciencia, a la literatura, a la humanidad, a los hijos o al prójimo. Ese casi siempre es inofensivo. Me refiero al amor a la prójima, en mi caso, cada cual tiene sus preferencias sexuales. Ese amor con que un maldito día te hiere Cupido, el muy cabrón, lanzándote dardos envenena-dos que te atraviesan el alma. O sea, el amor chachi, el conyugal. El de contigo pan y cebolla, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte nos separe, de aquí a la eternidad, compañera del alma, compañera, y todo eso: familia, hijos, trabajo, lealtad, compromiso, fidelidad, sacrificio, calor de hogar, envejecer juntos y tal.

En resumen: el amor de pareja -heterosexual en mi caso, insisto– siempre, eso sí, desde el más profundo respeto por las múltiples opciones y alternativas sexuales que reconoce y ampara nuestro estado democrático, plural y paritario –de paridad, no de parida, no me sean mal pensados– cuya hoja de ruta ahora se inculca a nuestros escolares y escolaras desde su más tierna infancia en esa asignatura, fundamental donde las haya, que se llama educación para la ciudadanía, o algo así. Bueno. Pues ese tipo de amor de pareja, avasallador, alienante -y a veces maravilloso, según las circunstancias- es el que resulta especialmente dañino y peligrosísimo para la salud. Mortal a veces.

Me dirán ustedes que soy un exagerado. Que el amor conyugal de toda la vida es el núcleo de la sociedad –la familia–, su origen y fundamento; que es una escuela de valores, de generosidad y altruismo que se perpetúa en los hijos. Una aspiración innata del hombre y la mujer a su plenitud física y espiritual; a su media naranja, a su complementario o complementaria, como en la bonoloto. Y es que ya lo dijo Dios, que es un pelín machista: no es bueno que el hombre esté sólo. Y creó a la mujer -hombra quería decir, perdonen el tic machista- de una costilla de Adán cuando éste estaba sobando debajo de un guindo, creo recordar.

También sé que, como decía San Pablo, «el amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, ni lleva cuenta del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca». Eso decía San Pablo, que para eso era un santo. Y que ahora mismo no recuerdo si estaba casado.

En todo caso, yo, como casi todos los fulanos de mi generación, creíamos en todo eso. De verdad. Sinceramente. Lo habíamos mamado en casa. Lo veíamos a diario en nuestros padres, en nuestros abuelos, en los padres de nuestros amigos. En todos lados, aunque ahora, por fin, nos han contado las verdades del barquero y nos hemos enterado que todo aquello era más falso que un amigo de Facebook.

O sea, que todo eso del amor y de San Pablo, la familia, los hijos y la eternidad, son sólo milongas pampeadas con un tufo fascista que tira de espaldas. Subproductos de la sórdida dictadura franquista y de la brutal represión ancestral que el machismo carpetovetónico ha ejercido sobre la mujer –dicho sea sin ánimo discriminatorio de género o génera– víctima, como el resto de la familia, del patriarcado violento, intolerable y feroz del macho hispano.

Ahora, por fin, la mujer –u hombra, como ustedes prefieran– ha visto la luz. Ahora se ha caído del caballo, o de la yegua, y es dueña de su destino. Ahora ha decidido ser valienta y sacudirse el yugo secular de dominación patriarcal y machista que la aplastaba. Ahora ha recobrado su libertad. Ahora, por fin, la mujer es de ella misma, ni de Dios, ni de nadie, como gime Amancio Prada. Ahora es libre, saca tarjeta roja, vive, actúa, rompe el silencio y denuncia. Al varón, naturalmente. Faltaría más.

(Continuará)

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Autor

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

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