La delirante historia de Paco y Mari Puri

Tuvo la osadía de llamar insistentemente a su ex por el telefonillo durante cinco o seis minutos, pidiendo que le abriera. Un acoso machista intolerable, vejatorio y humillante

La delirante historia de Paco y Mari Puri

Lo que voy a contarles le sucedió a un conocido. Un periodista bastante popular, asiduo -hasta que le cayó la del pulpo- a tertulias políticas televisivas y jefe de prensa de cierto partido político, entonces emergente.

La cosa es que este ciudadano, llamémosle Paco –no cito su nombre auténtico para no complicarle más la vida- entabló una relación afectivo laboral con cierta periodista, también asidua de tertulias televisivas. Llamémosla Mari Puri para evitar suspicacias. Una pareja de hecho que se dice ahora. Hasta ahí, todo normal.

Ambos colaboradores incluso compartían cadena televisiva y hasta programa, creo recordar. Incluso él –muy políticamente correcto– participó en campañas publicitarias en favor de la denominada ley integral contra la «violencia de género», la LIVG. Esa ley inicua que niega la presunción de inocencia del varón, invierte la carga de la prueba y ostenta el triste récord de acaparar en su contra más de 200 recursos de inconstitucionalidad. La ley más cuestionada de España.

Ring, ring. ¿Policía? Miren, que Paco, mi ex pareja, me está maltratando, les dice en tono compungido. Y se activa el protocolo policial, tan urgente como si hubiera una amenaza de bomba.

La cuestión es que por motivos varios, entre los que no se descarta la existencia de un tercero, la pareja se fue al garete un año después. Hasta ahí todo sigue siendo normal. Frecuente, quiero decir. La cosa se complicó una noche en que Paco volvió al que fue domicilio ‘conyugal’. Dicen que llevaba tres copas, como en la canción de Sabina.

Pero lo que en la canción de mi admirado cantautor se describe como alegación exculpatoria por romper a pedradas los cristales de una sucursal del banco Hispanoamericano, en el caso de Paco, que ni es cantante ni da conciertos en pueblos con mar, unos y otros, jueces y fiscales -y medios de comunicación como portavoces de la ‘justicia popular’- han utilizado sus tres copas como agravante superlativo.

Bueno, la cosa es que Paco, con sus tres copas de más, tuvo la osadía de llamar insistentemente a su ex por el telefonillo durante cinco o seis minutos, pidiendo que le abriera. Un acto de machismo intolerable, un acoso evidente. Algo insoportable, humillante y vejatorio para una mujer valiente y libre como ella que, al primer signo de maltrato, reaccionó como ordena el ministerio del Interior del gobierno de España. Denúncialo.

Para más inri, Paco, aprovechando el altavoz del telefonillo y la nocturnidad del momento, la había insultado, según ha contado ella, convaleciente aún de una crisis nerviosa. Al parecer, el interfecto tuvo la desvergüenza de cuestionar la profesionalidad de su ex parienta llamándola cosas terribles. Le dijo que era una periodista mediocre. No se puede ser más canalla y más machista, por Dios.

Total, que ante una situación tan grave, y temiendo por su vida, Mari Puri llamó a la policía. Ring, ring. ¿Policía? Miren, que Paco, mi ex pareja, me está maltratando, les dice en tono compungido. Y se activa el protocolo policial, tan urgente como si hubiera una amenaza de bomba.

El operativo se pone en marcha. Ella les facilita la descripción física del maltratador. Tal vez una foto. Y poco después los agentes, desplegados por los alrededores, lo encuentran delante de la barra del único bar que estaba abierto a aquellas horas -otra curiosa similitud con la canción de Sabina- cerca del domicilio de Mari Puri. Aunque resulta intrascendente, lo que no se sabe es si cuando atraparon a Paco estaba hablando con la camarera con ojos de gata que había tras la barra de aquel bar -el único abierto, recuerden- o con un señor calvo y menudo, con cara de sueño y ganas de cerrar el establecimiento.

Lo que sí se sabe con toda seguridad es que los agentes esposaron a Paco y lo trasladaron a comisaría, donde se le fichó –fotos de frente, perfil, huellas dactilares, ADN- y se le encerró en un calabozo, quedando a disposición judicial en espera de un juicio sumarísimo. Un juicio rápido, quiero decir. Uno más de los 400 que se celebran cada día en España -17 cada hora- por «violencia de género».

Para empezar, Paco ha sido condenado por un delito de maltrato machista, y pesa sobre él una orden de alejamiento. Como corolario inmediato de su linchamiento mediático y social, lo apartaron de todas las tertulias televisivas en las que participaba. Y, por supuesto, los líderes de la formación política emergente de la que Paco era jefe de prensa, se apresuraron a desmarcarse del asunto reprobando con firmeza su depravada conducta, alegando que ya no tenían ninguna relación laboral con él. Un apestado social.

Con todo, lo más repulsivo de esta historia truculenta, como la inmensa mayoría de las relacionadas con denuncias por la mal llamada violencia «de género» -consecuencia de la orwelliana ambición estatal de pastorear la intimidad y la conciencia de los ciudadanos y resolver los problemas sociales a golpe de código penal- es la perversa doble vara de medir de una casta política infame, y de sus no menos ruines terminales mediáticas y judiciales.

Cuando vemos cómo la Rita Maestre de turno entra en una capilla donde se está celebrando la Eucaristía, y en tetas amenaza a los asistentes con quemarlos vivos, y no pasa nada. Incluso es absuelta. Cuando otro concejal podemita del ayuntamiento de Madrid, un tal Zapata, publica chistes de judíos y ceniceros, se chotea de las víctimas de ETA y de las niñas asesinadas en Alcasser, y no pasa nada. También es absuelto. Cuando «Pablo», el macho alfa de la formación morada, dice en Twitter cuánto le gustaría azotar a la periodista Mariló Montero hasta hacerla sangrar, y no pasa nada. Ni siquiera es juzgado. Cuando la dinastía de los Pujol, los Puigdemont o los Torra hacen lo que hacen, y no pasa nada, es absolutamente delirante que se active todo un protocolo policial para localizar y detener de madrugada a un ciudadano, encerrarlo en un calabozo, ficharlo, y juzgarlo sumariamente -sin prueba ni investigación alguna- por el simple hecho de que su ex pareja lo haya denunciado a la policía acusándolo de llamarla por el telefonillo e insultarla llamándola «periodista mediocre»

Esta locura tendrá que acabar algún día, antes que la situación resulte insostenible.

OFERTAS ORO

¡¡¡ DESCUENTOS ENTRE EL 41 Y EL 50% !!!

Una amplia variedad de las mejores ofertas de nuestra selección de tiendas online

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

Lo más leído