No conozco quién se esconde tras el seudónimo de Tarquino. No sé si es vecino -o vecina-, de Torrelodones. O si lo es de Hoyo de Manzanares. Tampoco sé si es un veraneante más, si ha estado alguna vez en estos municipios, o si tan siquiera me conoce, pero por su lamentable epístola, publicada en LA VOZ del pasado mes de noviembre, imagino la torpeza del personaje y la catadura moral con que se adorna.

Puestos a imaginar, quizás nuestro anónimo insultador sea descendiente de Tarquino el Soberbio, hijo de Tarquino el Viejo y yerno de Servio Tulio, prototipo de tirano cuyo poder residía en la fuerza de las armas. Aunque bien mirado, un descendiente de el Soberbio al menos tendría la gallardía de firmar sus escritos, lo que no es el caso. Por eso, y por sus estólidas afirmaciones, quizá debamos suponer que sus orígenes se remonten a Tarquino el Viejo, también conocido como el Antiguo, que fue expulsado de su patria refugiándose en Tarquinia, municipio de Italia en el Lacio, provincia de Viterbo.

Por otro lado, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRAE) se refiere al término tarquín como de origen incierto -probablemente árabe-, definiéndolo como «légamo que las aguas estancadas depositan en el fondo», y a tarquino, como perteneciente o relativo al tarquín. Quizás el subconsciente de nuestro atrevido difamador le haya jugado una mala pasada, obligándole a elegir como seudónimo el adjetivo calificativo de algo tan sucio y maloliente como el tarquín para ocultar sus invectivas.

En cualquier caso, sepa, mi anónimo calumniador, que lo que con su absoluta ignorancia -o maldad-, tilda Vd. de «transfuguismo» no fue sino un acto de coherencia y de respeto a la Ley y a los compromisos que, como concejal, había adquirido con mis vecinos. Es decir, que miente Vd aludiendo a mi presunto «transfuguismo». El 3 de julio de 1999 se constituyó el Ayuntamiento de Hoyo de Manzanares con respeto escrupuloso a la Ley. Y tras una sola votación, y un resultado inequívoco, fue proclamado alcalde José Luis Gervás -candidato de HST- con ocho votos a favor (incluido el mío) y cinco en contra: los del PP.

Sin embargo, a pesar de que fui de los «ganadores» en las elecciones municipales, no acepté la oferta del alcalde para ser concejal de Urbanismo (a cambio de mi silencio en los trágalas urbanísticos, las componendas políticas en contra de nuestras promesas electorales y los robos masivos de suelo público en La Berzosa), por lo que, voluntariamente, tras la investidura de José Luis Gervás como alcalde, dí cuenta al Pleno de mi decisión irrevocable de abandonar HST y pasar al grupo mixto, donde he permanecido cuatro años defendiendo, con todas mis fuerzas, los intereses de los vecinos de Hoyo de Manzanares.

Sus estúpidas referencias a mi condición de veraneante me dejan estupefacto. Nunca he sido veraneante en Hoyo -vivo aquí con carácter permanente desde que vine, hace ya 20 años- pero ¿qué pasaría si lo fuera? ¿sería acaso un delito? ¿o debería dar explicaciones a Tarquino, nuestro ínclito comisario político? Claro que lo más alucinante, dentro del caos mental del interfecto, es su clasista teoría del veraneante, especie de título «nobiliario» -o de excelencia de algún género-, que sitúa a quienes lo ostentan en un rango social, o moral, por encima de sus convecinos no «veraneantes». ¡Asombroso!

Sobre su sesuda muestra de erudición, trasladando la etimología de mi apellido al concepto abstracto de «cabreo», sinceramente, no lo entiendo. Aunque me produce una satisfacción cercana al orgasmo que la lectura de mis artículos -o de mis intervenciones públicas-, originen en Tarquino tanta desazón. Buena señal. Me recuerda lo que, tratando de calmar su ira, le decía don Quijote a Sancho Panza cuando alguien ofendía a su señor ¿Ladran amigo Sancho? Luego cabalgamos…

Las torvas afirmaciones de Tarquino, su ignorancia absoluta de las reglas de juego democrático, su desprecio hacia las minorías y sus muy graves -y genéricas- descalificaciones hacia todos los partidos políticos «independientes», acusándoles de falta de «compromiso ideológico o modelo social», «sin identidad, ni coherencia programática» y hasta de que la acción política de sus concejales electos solo dependa de su «voluntad e intereses personales» -cuando la verdad es que como partidos políticos que son, todos están legalmente constituidos e inscritos en el Ministerio del Interior, en el marco de la Constitución y de la Ley Orgánica 6/2002 de Partidos Políticos, en igualdad de derechos y deberes con el resto de partidos- constituyen, además de una gran desvergüenza, una ofensa al honor y a la dignidad de los ciudadanos que los componemos, quienes, al amparo de lo dispuesto en los artículos 6 y 22 de nuestra Carta Magna, hemos tenido la generosidad, la nobleza y la valentía suficientes como para defender públicamente -sin ocultarnos tras la careta del anonimato-, un proyecto político, sea el que fuere, en favor de la sociedad en la que vivimos, cuyos fines, organización y programas constan en los correspondientes Estatutos, aprobados e inscritos en el Registro de Partidos Políticos del Ministerio del Interior. Y de someternos, además, al dictamen popular, bajo el imperio de las urnas.