Isabel San Sebastián contesta a la ex votante de HB que le pidió perdón por odiarle

Isabel San Sebastián contesta a la ex votante de HB que le pidió perdón por odiarle

(PD).- Fue una llamada que dejó a todos con un nudo en la garganta. Una ex votante del brazo político de ETA llamó al programa de María Teresa Campos para decir que se ha caído del caballo y que ya no cree en la violencia. En especial, se dirigió a Isabel San Sebastián: «Yo la he odiado a usted durante mucho tiempo y lo siento muchísimo…». La periodista, emocionada, no pudo contestar. Lo hace ahora.

La voz es joven, profunda. Una voz de mujer, con marcado acento vasco, que llega hasta mis oídos en el estudio de La Mirada Crítica en Tele 5 a través del teléfono. Se dirige directamente a mí tras haber expresado su arrepentimiento por votar a Herri Batasuna y Euskal Herritarrok, respaldando así a los terroristas: «Me siento avergonzada por haber apoyado en algún momento la lucha armada» -confiesa, empleando la terminología propia del entorno al que dice haber pertenecido en su Guipúzcoa profunda natal-, «mirando hacia otro lado, tapándome los ojos y diciendo… bueno… Nadie merece morir por unas ideas. ETA está destrozando todo lo que podíamos desear alguna parte de Euskadi, como la independencia. Lo están estropeando de tal manera y creando tanto dolor que no, yo ya no puedo seguir votándoles».

Isabel San Sebastián narra así lo sucedido en su columna de este jueves en El Mundo:

La voz parece sincera. Deseo que sea sincera. Me aferro a ese anhelo ferviente mientras escucho sus palabras a la vez que desfila ante mí un rosario de imágenes fugaces, fogonazos que la memoria me envía, a traición, desde algún rincón oscuro en el que permanecían ocultas. Percibo de pronto todo el odio pasado de esa mujer, sumado a millares de odios rancios que me han golpeado directamente en los ojos al cruzar un paso de cebra en San Sebastián, caminar por cualquier calle de Irún o de Bilbao, o entrar en un bar del Zarauz de mi infancia. Y la sangre se me hiela, a pesar del calor reinante en el plató. Recuerdo ese odio, esos odios que siembran de sal el alma de nuestro pueblo, con un dolor tan hondo que no es capaz de abrirse paso hasta la boca y convertirse en verbo. No sé qué decir. Ya lo he escrito todo, pero de nada ha servido. ¿O acaso sí?

Seguía así la llamada:

«Ahora solamente te veo como una persona que piensa contrariamente a lo que yo pienso» -continúa la voz, suave como el terciopelo-, «pero que tiene todo el derecho a pensar como piensa y yo a dejarte pensar así. Lo siento mucho. De verdad».

Y concluye San Sebastián en el diario de Pedrojota Ramírez:

Yo también lo siento, créeme. Lo he sentido tanto como para abandonar la tierra en la que hundo mis raíces y buscar refugio frente al mismo mar y entre el mismo infinito verde, pero lejos del odio. De ese odio que asesina la convivencia antes incluso de asesinar a la persona y que, una vez descargado en forma de tiro en la nuca, intenta asesinar con saña la honra y el buen nombre del difunto. De ese odio que se vomita sobre gentes a quienes ni siquiera se conoce. De ese odio que envenena a los que odian y destroza la vida de sus víctimas.

Hoy ya no siento tu odio. Bienvenida a la libertad.

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