Miguel Ángel Blanco frente a «nuestro» Che

(PD).- El viernes Esperanza Aguirre fue al cine, para ver la película de Garci. «Deme una entrada para la película esa, la de los guerrilleros», pidió en taquilla, confiada. Como era un multicine, el taquillero se equivocó y le dio una entrada para Che, el argentino. A partir de esta anécdota, el diario-regalo de los amigos de ZP saca conclusiones.

¿Qué hacemos con el Che?, se pregunta la derecha. ¿Cómo acabar con su leyenda, que aún fascina a la cultura progresista en todo el mundo? ¿Cómo proteger a nuestros hijos de su influjo idealista que perdura? ¿Por qué tuvo que morir joven, en vez de envejecer para convertirse en alguien menos simpático, como Fidel Castro?

Según escribe en Público Isaac Rosa,

El Che es una figura peligrosa. Un icono poderoso que lo aguanta todo. La izquierda, hasta la más templada, lo mira aún con simpatía, frente a otros elementos de su pasado en los que ya no quiere mirarse, acomplejada. Pero sobre todo es una figura que, pese a los excesos iconográficos, sigue perteneciendo a la izquierda, no se ha apropiado de él la derecha, a diferencia de otras figuras y símbolos (pensemos en Azaña leído por Aznar, el lenguaje revolucionario usurpado por la industria publicitaria, la estética soviética como moda, o el pañuelo palestino de boutique que visten las pijas). Como no pueden apropiarse del Che, blanquearlo, despolitizarlo, lo mejor es destruirlo.

Pero el Che resiste los embates de quienes, tras ganar la Guerra Fría, exigen que la izquierda se arrodille, renuncie a su tradición de lucha y pida perdón por los errores del pasado. Pese a sus muchos complejos y su derrotismo, la izquierda aún sostiene al Che en lo alto, aunque en muchos casos sea una bandera más sentimental que política.

Y concluye:

Enfrente tiene a esa derecha que, en el discurso de Aznar o Aguirre, se pretende sin complejos, sin pasado, sin pecado original, sin cadáveres en el armario. «Nosotros podemos asomarnos a la historia sin complejos y sin ataduras», dijo Aguirre el sábado. Es la ilusión de una derecha virginal, sin tradición, sin referentes molestos. Pero como tal, también es una derecha sin iconos. «En nuestras sedes no hay fotos que nos avergüencen», dice Aguirre (olvidando la del presidente fundador, ex ministro franquista). Ni que les avergüencen ni que les enorgullezcan, añadimos.

Y es que, si el Che es el héroe de la izquierda, ¿cuáles son los iconos de la derecha? ¿Dónde están sus héroes? Los ideólogos de la FAES se refieren una y otra vez a tres personajes históricos por los que Aguirre, Aznar y sus jóvenes cachorros sienten devoción: Reagan, Thatcher y el Papa Wojtyla. Tal vez les sirvan como referentes ideológicos, pero reconocerán que, como iconos, dan poco juego. Ni el joven neocon más entusiasta se pondría una camiseta con el rostro de Reagan. De ahíla apropiación partidista de las víctimas del terrorismo etarra, una y otra vez. Miguel Ángel Blanco frente al Che Guevara, como una elección excluyente: su héroe frente a nuestro canalla.

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