Dragó echa un capote a Revilla y cuenta que él fue «de putas por primera y no última vez…»

(PD).- El revuelo levantado por las declaraciones del presidente cántabro a Buenafuente, según las cuales «majé por primera vez a los 18 y pagando», han tenido diversas respuestas. La más llamativa, la de Sánchez Dragó. Indignado. «Yo también fui de putas por primera y no última vez cuando tenía dieciocho años».

«Me indigna, pero no me sorprende, el estúpido linchamiento mediático (y metódico) al que está siendo sometido el señor Revilla, presidente de Cantabria, por haber dicho en público verdades de a puño que infinidad de varones dicen en privado».

Y cuenta Dragó en su blog de elmundo.es:

«Y si digo varones es porque las mujeres no suelen hablar de esas cosas. Yo también fui de putas por primera y no última vez cuando tenía dieciocho años. Sucedió en Mérida. Habíamos ido allí un montón de chicos, y alguna que otra chica, de la Facultad de Letras de la Complutense para representar ‘Medea y Las nubes’ en el teatro romano de la citada localidad. La primera actriz era Maritza Caballero, que después se haría célebre. En el elenco figuraba también un jovencísimo Gonzalo Suárez. Nos acompañaba, entre otros personajes de cierto relumbrón, Alfredo Marquerie, crítico teatral de ‘ABC’. Dirigía el cotarro José María Saussol, de la estirpe de los Oliart. José Ramón Marra-López, que luego publicaría un libro, relativamente famoso, dedicado a la narrativa de los escritores españoles en el exilio (Sender, Max Aub, Dieste, Massip, Serrano Poncela…), era el traspunte. Conservo una foto memorable de aquella aventura».

Y sigue:

«Aquella casa de putas, por cierto, era fantástica. Tenía dos pisos. En el segundo, por un duro (¿o eran siete?) se follaba. La habitación en la que yo lo hice tenía una claraboya que daba a un pasillo, y por ella, de vez en cuando, se asomaban quienes lo recorrían y nos jaleaban».

Según el escritor, «Revilla tiene razón».

«Casi todos los hombres, en aquella época, echaban sus primeros dientes sexuales entre los brazos de una puta. O de las criadas, quienes las tenían».

Y concluye, una vez que ha recordado las estadísticas según los cuales los españoles hacen mucho uso de los servicios de las prostitutas:

«¿Qué hacemos? ¿Los multamos, como en la Barcelona del Estatuto y en la Italia de Berlusconi? ¿Los desposeemos de sus derechos civiles? ¿Ponemos su foto en las comisarías con mandato de busca y captura? ¿Los llevamos a un programa de telebasura?»

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