Y Alfonso Guerra le da un poco de guerra a la despistada Bibiana

(PD).- Es lo que tienen los viejos lobos. Se les ve renqueantes y cuando menos se les espera tiran una dentellada de esas que dejan tiritando. ¿Y quién hizo a la ministra meter la pata?

Escribe Manuel R. Ortega en La Brújula de los Medios de Elsemanaldigital que se retracta «en gran parte»:

Se lo reconozco. Hace unas semanas venía a decir servidor en estas páginas digitales que Alfonso Guerra andaba un poco gagá y que su tiempo, sinceramente, había pasado. El diagnóstico, creo, es acertado en la práctica totalidad. Lo que pasa es que Guerra, que será todo lo que se quiera pero fue el dueño del cortijo durante mucho tiempo al más alto nivel, es Aristóteles al lado de esta generación del zapaterismo. Y como ya tiene todo el pescado vendido puede permitirse el lujo de mandarles un recado de vez en cuando: «Ojo, que todavía muerdo».

Vaya si mordió. Hasta el hueso. Si Guerra no hubiera abierto boca para poner el pie en la pared de la chorrada de Bibiana Aído, las críticas a la titular de Igualdad por su «miembras» hubieran sido asimiladas con esa táctica tan propia del Gobierno ZP: lanzar una acusación como cortina de humo contra los críticas.

Ya se sabe: si se critica cómo están gestionando la cosa económica se es antipatriota; si se piden explicaciones por el rostro de granito de doña Maleni o por el «palabro» de la niña de Chaves (menudos paquetes ha colocado el andaluz en Madrid) se es machista; etc. etc. Suma y sigue.

Resumiendo, que Guerra pegó la patada al hormiguero y fue el acabóse. Porque ya se sabe que don ZP y sus ministros (perdón por el neutro) no se equivocan. El término «miembra» era motivo de sesudos debates, era objeto de arduas polémicas en los cafés y la opinión pública reclamaba medidas, ¿no?

Lo peor de todo esto es esa sensación de pensar en manos de quién andamos. Lo preocupante, con serlo, no es que Aído ponga sobre la mesa su «palabro». Lo que produce sudor frío y repelús por la espalda es reflexionar sobre la capacidad de la titular de Igualdad, su soberbia (la RAE y la lengua española, esas dos malditas machistas…) y el elogio fino de sus palmeros.

Y, sobre todo, el empleo de la descalificación para desactivar a los críticos. Como si se pusiera en solfa a una ministra por serlo y no por su gestión, que es lo que realmente importa. Como si a algunos nos importara que Carme Chacón, Cristina Garmendia o Elena Salgado, entre otros, ocupen Ministerios.

Lo que interesa es lo que hacen al frente de ellos, y no su sexo. Emplear éste como justificación defensiva, por cierto, sí que es verdadero machismo.

Aunque en el caso de Aído tal vez puedan comprenderse las cosas si se tiene en cuenta el ultrafeminismo de que hace gala la encargada de gestionar su agenda y sus discursos, la asturiana Nuria Varela. Que, por cierto, y para que vean que el ser humano es pura contradicción, se pasó una buena parte de su carrera profesional trabajando para una revista que hace gala de llevar en portada a una señora luciendo sus encantos como vino al Mundo.

¡Cosas veredes, amigo Sancho!

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