Obama y los gafes de ZP y el torero que le hizo una pedorreta al Rey

(PD).- «Me he resistido en estos últimos meses a confesar públicamente mi simpatía hacia Barack Obama para no interferir en lo más mínimo en el proceso de elección que estaba desarrollando el Partido Demócrata. Quienes me han pedido un pronóstico en privado saben que, sin lugar a dudas, aposté claramente por Obama». ¡Toma ya!

Escribe Manuel R. Ortega en su Brújula de los Medios del Semanaldigital que se quedó seriamente preocupado al enterarse de que Pepiño Blanco, el guardián de la finca de ZP, no había mostrado su apoyo al candidato mulato para no influir en las primarias demócratas estadounidenses.

De lo que se entera uno. Tanto que le critican y no nos habíamos enterado de que el PSOE tenía un Kissinger de tal calado en la calle Ferraz.

Qué capacidad de influencia, qué abanico de posibilidades, qué arco de consejos ofrecen Pepiño y sus huestes a la estructura de Obama son grandes misterios impenetrables que no podemos ni siquiera discernir.

No sé cuántos meses de kaukus para, al final, enterarnos de que el candidato demócrata no le debe gran cosa ni a unos medios que se han volcado a su favor ni al influyente clan Kennedy. Ni siquiera a las metidas de pata y la soberbia de Mrs. Clinton. No. Para nada. Las paralelas de las primarias demócratas pasaban por el despacho de Pepiño y nos habíamos enterado, oigan.

Al margen de eso, menuda papeleta le ha caído al pobre Obama. Lo siento, es mentar la bicha, pero ahí están las estadísticas.

Ese superviviente nato que es Zapatero –siete vidas tiene un gato, señor presidente, recuérdelo– ha fulminado a todos los compadres extranjeros a los que ha bendecido, tocado o subido a su carro. Acuérdense de Kerry o, más cercano, madame Royal.

¿Correrá la misma suerte Obama? Veremos. Muy diplomático él –el estadounidense– ha salido con un discurso de esos de no mojarse y dejar abierto a todo… o a nada. De todas formas, alguien me explicará por qué cierta izquierda –bastante caviar, por cierto– vibra con Obama. «Es de izquierdas», repiten a coro. Lo que es no tener, con perdón, ni puñetera idea de lo que es la política estadounidense.

Cambiando de tercio, si por algo ha destacado la semana que se cierra ha sido por el reencuentro con los ruedos de José Tomás. ¡Y qué reencuentro! Apoteósico. Costó lo suyo –en dinero y en esfuerzos– pero al final valió la pena. Sin olvidar un detalle curioso: brindar al público y olvidarse del Rey.

Y es que, por si no lo saben, ese torero tiene un par no sólo para ponerse delante de un morlaco, sino para confesarse republicano y obrar como tal. Que, a todo esto, no tiene nada que ver con ser de izquierdas o de derechas, sino con ser congruente con las propias ideas.

Cosa que en estos tiempos, con republicanos que pierden los papeles por cenar con los Príncipes y con monárquicos que se codean con quienes ponen en fundamento la propia Corona como forma de machacar la unidad nacional, es de agradecer. Otros, eso seguro, hubieran pagado por hacerle la pelota al de La Zarzuela en esa tarde de gloria

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