Las gangas del Watergate

Las gangas del Watergate


(PD/Agencias).- «No voy a comentar en la Casa Blanca un intento de robo de tercera categoría». Hay frases que persiguen a quienes las pronuncian. Este es el caso de Ron Ziegler, el secretario de prensa de la Casa Blanca en 1972, que efectuó esta declaración cuando el caso Watergate empezaba a cocerse.

Cuante Joan Cañete Bayle en El Periódico que no fue, por supuesto, un robo de tercera categoría, sino un escándalo histórico que se llevó por delante al presidente Richard Nixon.

Este jueves, sosteniendo un espejo valorado en 55 euros en la planta 11 del hotel, cruzándose con otra decena de personas, entrando y saliendo de las habitaciones, Eliane, un ama de casa, no pudo menos que decir: «Me siento como una ladrona, saqueando el hotel».

Y es que lo que ayer sucedió en el hotel del complejo Watergate tampoco fue un asalto de tercera categoría. A las 10 de la mañana, unas 300 personas hacían cola para ser los primeros en participar en la liquidación del hotel, que cierra y vende todo lo que tiene –20.000 objetos– para convertirse en un establecimiento de lujo con suites a 1.500 euros la noche.

Y cuando decimos que lo vende todo, significa que literalmente lo vende todo, incluidas las letras de la palabra recepción. Un sofá: 100 euros. Un minibar: 20 euros. Una papelera: 3 euros. Una plancha: 6 euros. Un televisor: 58 euros. Un piano (quien sabe, tal vez en el que en cierta ocasión tocó Stevie Wonder): 4.200 euros. Llevarse un pedazo de historia de EEUU a casa: no tiene precio.

Televisores de saldo
O sí. Para Dora, una asturiana que lleva 27 años viviendo en Washington y que estaba quinta en la cola (el primero de la fila empezó a montar guardia a las seis y media de la mañana) lo de la historia es lo de menos.

«Yo vengo a buscar objetos de cocina y a ver si los televisores están bien de precio», explicaba, ansiosa porque se abrieran las puertas del hotel.

No todos eran como Dora, también había fetichistas que se mostraban decepcionados por la ausencia de objetos con la W o la palabra Watergate impresos, pero para la mayoría de la gente que acudió al hotel se trataba de una oportunidad de lograr una cafetera (13 euros), unas cortinas (48 euros) o una caja fuerte (55 euros) a precio de ganga. «¿No te has fijado en la elegancia de los muebles?», preguntaba Dora tras hacerse con su televisor.

La elegancia puede ser más o menos discutible (el Watergate era un hotel muy venido a menos, de cuadros impersonales, maquetas que huelen a desinfectante y paredes que hablaban de decadencia), pero el simbolismo, no.

No fue en este hotel donde los ladrones que asaltaron las oficinas del partido Demócrata empezaron a cambiar la historia de EEUU, sino en el edificio de oficinas contiguo.

El Watergate es un complejo a orillas del río Potomac formado por seis edificios de viviendas, oficinas y el propio hotel. Eso sí, en las habitaciones 214 y 314 durmieron los asaltantes. El escritorio de madera, ordinario, feo, de esas habitaciones cuesta 45 euros, y el armario, 455 euros.

Garganta Profunda
Es obvio que tanto el hotel como el complejo vivieron tiempos mejores. Antes del escándalo, el Watergate era uno de los epicentros políticos de la ciudad. Después, es comprensible que nadie quisiera vincularse a ese nombre.

A no ser que fueras una becaria como Monica Lewinski y buscaras un piso asequible o un presidente sin complejos como Ronald Reagan, que en el hotel celebró su 70 cumpleaños. Andy Warhol y John Wayne fueron otros de los grandes nombres que se alojaron en las habitaciones del hotel.

La historia dice que la política estadounidense y el propio país cambiaron después de que los huéspedes de las habitaciones 214 y 314 fueron descubiertos con las manos en la masa. Los periodistas Woodward y Berstein y su fuente, Garganta Profunda, pasaron a formar parte de la mitología popular.

Pasado el tiempo, hay quien opina que EEUU ha tenido estos últimos siete años una Administración más sucia, si cabe, que la de Nixon (capaz de desenmascarar a una agente secreta de la CIA como parte de su juego político) y el país también lucha en una guerra impopular.

Woodward y Bernstein peinan canas y escriben libros, y la identidad de Garganta Profunda ya no es un misterio. Tal vez el mejor final para el hotel Watergate haya sido ese: liquidarse a precio de saldo con unos consumidores más interesados por las teteras a 7 euros que por el aura, tan washingtoniana, de lo que fue y ya no es.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído