La foto que molestó a Letizia

La foto que molestó a Letizia


(PD/Agencias).- La princesa está triste ¿qué tendrá la princesa? Pues Letizia tiene un cabreo monumental, porque los saudíes han distribuido una foto en la que aparece departiendo tan macha con los machistas emires del petróleo y ella, siempre tan suya, siempre tan cuidadosa, cree que eso no favorece su imagen.

La Casa del Rey ha expresado su malestar por la difusión de una fotografía de la princesa de Asturias, tomada en el almuerzo privado que el soberano español ofreció al rey Abdullah Bin Abdulaziz.
Es la primera fotografía publicada desde que tuvo a su segunda hija, la infanta Sofía. La Casa Real está descontenta porque sólo estaba permitida la asistencia a la cena de los fotógrafos oficiales de las dos casas reales y, sin embargo, la imagen está colgada en la web de la agencia de noticias saudí.

La comida se celebró el miércoles en el Palacio de la Zarzuela, tras el acto de despedida oficial en el Palacio de El Pardo, y tenía carácter privado, por lo que los medios de comunicación no estaban convocados.

Por esta razón, la Casa del Rey no ha difundido la instantánea y lamenta que la citada agencia saudí lo haya hecho. Esta imagen es la primera tomada a la princesa desde que el pasado 4 de mayo abandonó la clínica donde dio a luz a su segunda hija. Excepto actos como el mencionado almuerzo, Letizia ha suspendido su agenda oficial por su reciente maternidad.

Doña Letizia aparece en la fotografía con una chaqueta roja, a la derecha del Rey Abdullah, mientras que a su izquierda tiene a otros miembros del séquito saudí. A la izquierda del Rey de Abdullah se sienta Don Juan Carlos, quién también aparece en la instantánea.

En la página web aparecen otras fotografías de la visita oficial, como la despedida en el Palacio de El Pardo o la condecoración que el rey saudí impuso al príncipe de Asturias, la Gran Cruz del rey Abdullaziz, padre del actual monarca, y máxima distinción de la Casa Real de Arabia.

A este propósito, Alfonso Rojo, director de Periodista digital, publicaba una columna titulada «Vergúenza ajena» en ABC, que viene a decir:

Vergüenza ajena

No ganamos para disgustos. Es de cajón que no puedes invitar a alguien a tu casa y ponerlo como un pingajo apenas cruce la puerta, pero lo ocurrido con el rey Abdulá bin Abdelaziz es de vergüenza ajena.

Como todo pecador, tengo más tendencia a comprender que a juzgar y debido a eso hasta me parece disculpable el bochornoso espectáculo que todos los veranos se monta en Marbella, cuando aterriza allí el monarca saudí.

Se entienden las colas kilométricas que se forman ante su mansión, porque estos emires petroleros pagan bien y dan espléndidas propinas. También que se revolucionen hasta las putas de postín, porque la comitiva real es numerosa y llega con ganas.

Lo que no es de recibo es que el Estado español otorgue a Abdulá el Toisón de Oro, que el Rey Juan Carlos lo agasaje como si fuera su primo y que el presidente del Gobierno, el mismo que presenta el matrimonio homosexual como un triunfo histórico, se limite a hablar de lo jodida que está Palestina., de la bronca del Líbano y de su evanescente Alianza de Civilizaciones.

Estoy seguro que al opulento Abdulá le duele escuchar que los facinerosos del 11-S eran súbditos suyos, como lo son muchos de los que perpetran carnicerías en Iraq. También, que buena parte de los millones donados por príncipes y emires para «obras caritativas», sirven para financiar las redes del odio.

No hubiera sido educado y habría desatado un incidente diplomático de proporciones siderales, que Zapatero empujara la conversación por esos derroteros. O que hubiera preguntado si Arabia Saudí –que financia la construcción de mezquitas en España- planea autorizar la apertura de una iglesia cristiana en su territorio. Aunque sea para la colonia diplomática y los trabajadores extranjeros.

No se trataba de inquirir por el letal destino que las autoridades saudíes reservan a los homosexuales. O sobre el trato dispensado a las mujeres, a quienes se prohíbe conducir, en cuyos carnet de identidad no aparecen sus caras, sino la foto de su respectivo padre, que no
pueden conducir, salir a la calle sin llevar de carabina a un varón de la familia o abordar un taxi solas.

No había necesidad de faltar, pero tampoco era obligado ponerse de alfombrilla.

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